El arte de no estar calladas | Exposición Colectiva

Por: Jorge Peré

Todo gesto expositivo, por ambicioso que sea en sus intenciones, está condenado de antemano a la finitud. Más si es el caso de un relato colectivo donde se intenta reunir aquello que por naturaleza anda disperso. Sentido común, investigación y subjetividad, se entrelazan para darle cuerpo a un escenario. Pero, sobre todo eso, se trata siempre del gusto personal.

Una vez convencido de que quería hacer esta exposición con artistas mujeres, que el motivo de la (auto)representación me llenó los ojos y el juicio, pues llegó la parte compleja: el momento de nombrar y escoger. Desde el principio, tuve clara la idea de hacer un recorrido que iniciara en la década del 90 en Cuba. Barajé todos esos nombres imprescindibles –Sandra Ramos, Marta María Pérez, Cirenaica Moreira, Sandra Ceballos, et al. – y acabé decidiéndome por una artista ejemplar, a través de la cual se filtran todas esas poéticas que posicionan a la mujer como centro de los discursos sociales, políticos y culturales. Me refiero a Rocío García.

Desde (y en torno a) la obra de Rocío se construye la narrativa de El arte de no estar calladas (marzo, 2020). Una exposición que pretende examinar, brevemente, los imaginarios de la (auto)representación femenina en la producción simbólica cubana de las últimas tres décadas. Al tener a Rocío García como eje meridiano, el resto de los nombres y las obras se deslizaron ante mí con mayor facilidad. Ninguna presencia, insisto, se torna gratuita. Todo lo que habita la muestra obedece, ante todo, a un criterio de gusto, a una sensibilidad personal.  

Así, convoqué a Marianela Orozco, profunda y auténtica desde todo punto de vista; rescaté piezas de cuya seducción no me he podido curar, de manos de Diana Fonseca, Adriana Arronte, Ariamna Contino y Mabel Poblet; me divertí en apostar, nuevamente, por Alejandra Glez y Liz Capote; me nutrí en la poesía visual de Aimée Joaristi; y renací en esa performance desgarradora de Katiuska Saavedra.  

En cada una de estas mujeres se verifica una perspectiva desprejuiciada en torno al asunto femenino. En todas se cumple esa forma de diálogo que me interesa ponderar dentro del discurso artístico, como parte de un proceso reivindicatorio de la mujer en el contexto sociocultural. En ese sentido, El arte de no estar calladas tiene su crédito como propuesta. Desde luego que no dice la última verdad, ni anticipa nada novedoso. Apenas figura como otro trazo en el lienzo donde se acumulan hoy tantas voces y colores.

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