Una dulce inocencia

Artistas: Alexander Azukar y Yoao Hojas

Curaduría: Jorge Peré

Por: Jorge Peré

Hace mucho me evito coquetear con los metarrelatos si no es para desmontarlos o discutir su impronta en la cultura. Cierto es que la historia de esta Isla, su constructo identitario, podría narrarse a través de la historia de su producción azucarera. Dicha analogía ha sido legitimada entre nosotros desde la época colonial -atendiendo a ese sector aristocrático que pasó a la historia como la «sacarocrasia»-, cuando intelectuales como Parreño y Saco, y más tarde, ya entrados en el siglo XX, Don Fernando Ortiz y Manuel Moreno Fraginals expusieran ciertas ideas imprescindibles que tributan a una comprensión profunda -económica, política, social y culturológica- del azúcar como eje indispensable del país.

Alexander Azukar (Santiago de Chile, 1986) y Yoao Hojas (La Habana, 1991) son dos jóvenes artistas cuyas obras comparten sensibilidades, y ahora se han reunido en este ejercicio creativo donde se entrelazan lo estético y el pensamiento histórico-cultural. Ambos edifican una suerte de relato que ironiza, desmantela y reescribe la tradición simbólica que le ha dado cuerpo al imaginario del azúcar en la plástica cubana. Sus obras fatigan cualquier asomo de seriedad en el orden visual, se asoman a las formas del arte pop, conjugan estilos y lenguajes estéticos, se recrean en la libertad de producir nuevos diálogos en torno al tema sobre el cual discurren, a la vez que no desconocen el archivo de antecedentes que pesa sobre ellas.

Estamos, pues, ante dos miradas -la extranjera y la local- que lanzan interrogantes desde sus respectivas condiciones: las de Azukar, motivadas por el modo irresponsable en que se globaliza el consumo de sacarosa y la dependencia extrema que provoca este producto en millones de personas; las de Hojas, nacidas de una necesidad revisionista, de una indagación en su contexto inmediato en busca de las trazas que conectan con el pasado esplendoroso que tuvo el azúcar en Cuba. 

«Una dulce inocencia» debe leerse como un ensayo visual a propósito de uno de los tópicos más decisivos en el tejido de nuestra identidad. Una muestra dulce sin llegar a lo empalagoso e inocente como cualquier criatura racional entre cielo y tierra.

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